Por una oposicion democratica

Daniel Samper presentó un argumento convincente cuando escribió que si los 4 millones de colombianos en el exterior tenemos derecho al voto, tenemos también el de opinión. En Estados Unidos, los ciudadanos mantenemos todavía el derecho de pataleo, a pesar de los esfuerzos del gobierno por extinguirlo.

La globalización, ese virus internacional de estos días, afecta el comercio y las finanzas, altera la cultura y disfraza la vida política.

Entre los gobiernos de George W. Bush en Estados Unidos y de Álvaro Uribe Vélez en Colombia hay un paralelismo evidente. Existen para derrotar al terrorismo. Despojados de espejismos retóricos, si se les quitara la base de lucha contra el terror, ambos perderían su razón de ser.

Comparten Bush y Uribe la ilusión de ser infalibles y por eso ni ellos ni quienes les rodean toleran la oposición y la crítica. Imbuidos de infinita confianza en sí mismos, adscriben la misma incontestable bondad a quienes les rodean. Condoleezza Rice y Fernando Londoño han recibido de sus jefes el bautismo de verdad.

Tanto Uribe como Bush han alcanzado logros indudables. Los colombianos han recuperado la capacidad de recorrer los caminos de la patria en caravanas resguardadas por la fuerza pública y los días festivos, los famosos puentes, han vuelto a ser tiempo de fiesta en lugar de espacio de secuestro. Esto es más que un avance simbólico. Los campesinos ocupan de nuevo un lugar destacado en el mercado nacional y los turistas domésticos estimulan la producción local. Estados Unidos, por su parte, ganó la fase militar de la guerra de Irak opacando otra vez el estigma de Vietnam y afianzando la invulnerabilidad de las hordas de la libertad. Unida a la tragedia del 11 de septiembre de 2001, la campaña de Irak-2 significa algo más que un triunfo militar, es el aglutinante que despierta la patriotería colectiva. Las calles y autopistas están llenas de banderas y los medios de comunicación plenos de la imagen despistada del presidente.

Hacen varias cosas juntos: la fumigación aérea de los cultivos, la vigilancia de los oleoductos, el vuelo interceptor de los despachos de coca y heroína. Comparten los resultados del espionaje. En las negociaciones comerciales Colombia ajusta los mecanismos de defensa de los agricultores y Estados Unidos mantiene sus cuantiosos subsidios a la agricultura doméstica. El ex jefe del Comando Sur (El Tiempo, 17 de agosto) dice que se ve a Colombia como se veía a Centroamérica en los 80. La soberanía ha perdido peso en el proceso de globalización.

Ambos afrontan desafíos enormes sin un derrotero adecuado. Según los altos cargos de Planeación en Colombia 58,8 por ciento de los habitantes del país vive en pobreza, 30 por ciento es indigente. El subdirector de Planeación dice que se busca bajar el número de pobres de 25 a 22 millones en cinco años y para lograrlo hace falta que la economía crezca 3,5 por ciento por año. ¡Como si el crecimiento asegurara la equidad! El señor Bush afronta el mayor desempleo de los últimos veinte años y parece creer que el optimismo es el remedio. Se la pasa diciendo que sus rebajas tributarias selectivas, que han generado el mayor déficit fiscal de la historia, redimirán la economía.

Son diferentes: Álvaro Uribe desplazó su gobierno por tres días a Arauca, la zona de más intenso conflicto y peligrosidad. George Bush tardó varias horas en reaccionar al apagón en el noreste de su país y para olvidarse del asunto se dirigió como si no fuera con él a la comida donde recabó un millón de dólares para su campaña presidencial. El presidente de Colombia visita los pueblos afligidos en un avión viejo que falla con frecuencia. El de Estados Unidos se hace impactar por la tecnología moderna hacia el puente de un acorazado para proclamar el fin de las operaciones militares en Irak.

Los dos constituyen amenazas a la democracia que dicen defender. Alrededor de Uribe se juega con una reforma constitucional ad hoc para permitir la reelección. En torno de Bush se acumulan dinero e influencia a granel para reelegirlo. Son fetiches intocables.

En aras de la libertad que profesan, es hora de abandonar la construcción de monumentos prematuros y de tratar de aquilatar sus logros y sus fallos. La idolatría no es democrática y produce deformaciones inaceptables.

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