Una Nueva Clase de Colombianos

Salieron huyendo al amanecer lluvioso y sin luna de una vereda o de un rancho campesino de madera y zinc y pisos de tierra. Quedaban atrás el traqueteo de las armas y lo gritos de terror de los capturados por los invasores. Huyeron algunos con sus hijos pequeños a rastras o entre sus brazos, algunos dejaron atrás secuestrados para el servicio o posiblemente ya muertos por los encapuchados a sus hijos mayores o a sus esposos. Nunca los volverían a ver. Los perros las gallinas y las pocas pertenencias allá quedaron. Solo lo que alcanzaron a ponerse encima y unos pocos pesos que guardaba la mamá anudados en un pañuelo los acompañaron para llegar hasta la ciudad. Allá atrás quedaron también las pocas ilusiones de una cosecha apenas floreciendo. O la esperanza de que la ayuda de un gobierno, que nunca estuvo presente, fuera a llegar con su seguridad y sus servicios. Nunca vinieron. Fue muy tarde para ellos. Llegaron primero los otros.

Ahora unos viven bajo un puente, o en la calle de donde también son desplazados por las autoridades. Son los nómadas de las ciudades. Los más afortunados han logrado establecerse en barrios de invasión con la ayuda de conocidos que habían huido primero. De aquí, ya sabemos, por noticias de prensa, muchos han tenido que huir una vez más por amenazas de malhechores y grupos de apoyo urbano a los paramilitares o al ELN o a las FARC.

Están en los semáforos vendiendo dulces, cigarrillos y flores o limpiando parabrisas. Para los hombres que huyeron no hay empleo, para las mujeres mayores tampoco. Algunas logran colocarse como empleadas de limpieza o como domésticas. Para las niñas puede haber uno, la prostitución. Ahora se habla también de prostitución masculina infantil en escala altamente visible en los centros de las ciudades nutrida con niños desplazados. En la mayoría de los casos los que reciben el choque frontal del desplazamiento son las mujeres, viudas y sin hijos mayores, y los niños de ambos sexos. Desadaptados a la vida urbana, sin esperanzas y sin ni ilusiones, en la lucha por sobrevivir sin saber para qué y por cuánto tiempo. Hay familias enteras y familias incompletas. Mujeres y hombres solos.

No sabemos cuantos son. El diario El Colombiano de Medellín dice que los optimistas calculan un millón y los pesimistas, tres. Hay muchas ONGs trabajando sobre el tema y el Gobierno sabemos que tiene unos programas para atención a los “desplazados” (es casi imposible encontrar la información específica sobre lo que se está haciendo en concreto en las páginas Internet de la presidencia). Muchos científicos sociales y académicos tienen sobre diagnosticada lo que ellos llaman”la dinámica del problema” y tienen prescripciones sobre el tratamiento del mismo con lenguaje propio. Se le pude dar mejor uso a este conocimiento que el de ser un simple tema de tertulia cultural de intelectuales.

La mayoría de las ONGs que trabajan en el tema han tomado la vía caritativa de la ayuda; distribuir alimentos y medicinas, ayudar a crear unos pocos empleos o una ayuda para vivienda, labores de educación y rehabilitación social, etc. O sea ayuda de primeros auxilios. Pero ninguna individualmente tiene la capacidad para la cirugía de emergencia de corazón abierto que el problema requiere. Todo ayuda, todo es buena intención y es de admirar pero los esfuerzos están atomizados. El problema es que esta es una situación de crisis social y económica que solo se puede atacar con soluciones de fondo, no se cura un cáncer con aspirinas. Así sean muchas.

El ataque a este problema necesita programas estructurados de largo alcance, bien planeados, con metas y objetivos realistas y claros, bien financiados, bien coordinados y bien ejecutados con la máxima participación de los posibles beneficiarios. No tenemos que inventar la rueda. El FOREC fue un modelo que trabajó. Podría replicarse en varias regiones con las adaptaciones necesarias al caso de los desplazados. O algo por el estilo.

Hay que empezar por tener censos más confiables, no entre uno y tres millones. Hay que saber cuantos ya no regresarán nunca a sus lugares de origen y cómo se pueden incorporar a sus nuevos medios socio-culturales, cuantos regresarían y en qué condiciones, que tipo de asistencia necesitaría cada clase de desplazados, que seguridad habría que brindarles para reasentarse, etc. No es tarea fácil, pero no se terminará si no se empieza. Hay que planearla en grande, como una gran operación regreso. Los organismos internacionales estarían más inclinados a financiar operaciones de este tipo que la ayuda a cuenta gotas que pueden con muy buenas intenciones, pero muy pocos recursos, brindar las ONGs.

Algunos dicen que programas en grande son difíciles de controlar y que se van a colar en los censos los avivatos de siempre que no son desplazados sino vagos esperando estas oportunidades. Así será, pero este es un costo menor al de no hacer nada por esa razón. Al fin y al cabo la sociedad también se va a beneficiar si se consigue rehabilitar a muchos de esos colados.

Habría reunir a las ONGs e iniciar un diálogo, para intercambiar información, unificar criterios, esfuerzos y comenzar a definir objetivos y estrategias globales de ataque al problema.

La alternativa a una estrategia en gran escala no es muy halagüeña. Es seguir como vamos con un problema cada vez más creciente en términos de sufrimiento humano, degradación social y más miseria e inseguridad urbanas. Este es un problema para atacarlo en grande con ayuda internacional masiva. La Comunidad Europea ha ofrecido financiar programas sociales al país. Que mejor candidato que un proyecto a gran escala de rehabilitación y retorno de los desplazados. Para que puedan regresar a sus campos, ahora si con los servicios y la protección del gobierno, para que sus lágrimas ya casi secas les broten de nuevo pero de alegría, para que vuelva la ilusión de un mañana para ellos y para el país.

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