El general Colin Powell, secretario de estado del grupo Bush, se ha vuelto columnista. Dos de sus más recientes columnas, una en The Washington Post, la otra en The New York Times, revelan su visión de ciertos aspectos claves de la política exterior de Estados Unidos: lo que en inglés llaman construcción de naciones, o sea imponer el modo de vida estadounidense a otros pueblos del planeta tierra; y lo que en todos los idiomas se llama cooperación o asistencia para el desarrollo y en el lenguaje importado de Tejas por Bush se traduce como aceptación de un modelo de democracia capitalista para conseguir una limosna.
La nación de cuya construcción se trata es Zimbabwe, dominada por un tirano primitivo, el presidente Mugave. El audaz general secretario de estado ha emprendido ya ciertas acciones para derrocarlo, como negar visas y confiscar activos a los funcionarios del perverso gobierno africano, mientras la Unión Europea hace lo mismo; suspender la asistencia oficial para el desarrollo; incitar a los países vecinos a desestabilizar el régimen; y alentar a la oposición interna para dar al traste con el malvado dictador. Todo esto al mismo tiempo que el jefe del grupo Bush abría los brazos para recibir en su residencia de reposo, Camp David, al general Musharraf un militar paquistaní golpista y autócrata, aliado en la guerra contra el terrorismo.
Parece que las enseñanzas de la historia son baldías. Durante los años de la guerra fría, Washington fue amigo y colaborador de ciertos sangrientos dictadores latinoamericanos a quienes se privilegiaba como anticomunistas. En la actual época de la guerra preventiva, la Casa Blanca se rodea de dictadores predilectos porque son o dicen ser, antiterroristas. En uno y otro caso se han echado al olvido las fechorías de los agasajados.
Tampoco se han olvidado viejas mañas. La caída del gobierno de Salvador Allende en Chile no se logró mediante la invasión de los Marines, sino por la infiltración agresiva de las fuerzas nacionales de oposición. El bloqueo contra Cuba, casi tan viejo como el régimen de Fidel, es un ejemplo escandaloso de estrategia fracasada. Tal vez por eso el general periodista no propone estrangular desde afuera a Zimbabwe, sino desangrarlo por dentro. El llama a esto hablar en nombre de los derechos humanos y la observancia de la ley.
La cooperación de Estados Unidos al desarrollo del Tercer Mundo es otro campo en el cual el general secretario de estado da muestras de profundo y sesgado conocimiento de los temas internacionales. Impresionan sus estadísticas sobre pobreza y sus exhortaciones a la democracia más grande del planeta para erradicarla. Esto se logrará, según la doctrina del grupo, mediante una iniciativa del gerente, la llamada Cuenta del Desafío del Milenio (Millenium Challenge Account) que representará el mayor aumento en la asistencia para el desarrollo de Estados Unidos desde el Plan Marshall. Buena falta hacía porque ese país se ha caracterizado, entre los desarrollados, por su tacañería, asunto que el general canciller no toca. Los solicitantes que obtengan buenas calificaciones en democracia y libre mercado (si contribuyen a la guerra contra el terrorismo mejor) tendrán acceso a los nuevos fondos, en una reencarnación camuflada de la “certificación” de triste memoria en la guerra contra las drogas. Suponiendo, claro, que el congreso financie la idea.
Como Julio César y Napoleón, sus antecesores en el oficio, George W. desciende en África en plena campaña de monumento histórico y en busca de la esquiva gloria. Embelezado por los elevados pensamientos de su edecán diplomático, los ha hecho suyos. Semanas antes de emprender el vuelo ordenó al presidente de Liberia dimitir y lo exhortó a salir del país, apoyó la desestabilización del de Zimbabwe y exigió un gobierno provisional en el Congo, en el término de cuatro días. Prometió ayuda especial a cinco países y visitar uno de ellos, Uganda. Es evidente que el viaje del presidente Bush a África no tiene ninguna motivación política doméstica. Hace pocos días se anunció que los afro-americanos ya no son la minoría más grande del país, sino los latinos. La Casa Blanca debería preparar un periplo al sur, exigir la renuncia de Fidel, revisar los progresos de la democracia y los derechos humanos en el continente y liberar a América Latina del flagelo de las drogas y las armas para que el vaquero tejano emule la leyenda de Simón Bolívar.