Se dice que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, es hombre de profunda religiosidad y altos estándares morales.
A fines de la primera mitad del siglo pasado los jesuitas enseñaban y quizás ahora sigan enseñando, un truco intelectual llamado restricción mental que permite decir mentiras (en materia leve) sin mentir. El diccionario la define como “intención mental con la que se limita, desvirtúa evasivamente o niega el sentido expreso de lo que se dice, sin llegar a mentir.” Ejemplo jesuítico de restricción mental:
-¿Dónde estabas hijo? Pregunta la mamá al chico que viene del café de la esquina.
-[Para decirle a usted, mamá, pensaba el hijo] Allí en la esquina.
Otro ejemplo, más reciente, en la alocución del arzobispo Montalvo nuncio del papa en Estados Unidos a la conferencia episcopal esta semana en Saint Louis:
-Algunos problemas reales en la iglesia se han magnificado [para decirlo a ustedes] para desacreditar la autoridad moral de la iglesia.
Acorde con sus elevados patrones éticos, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, no miente. Restringe sí su mente con frecuencia.
Hubo momentos, en los meses que precedieron a la gloriosa campaña liberadora de Irak, cuando los ciudadanos dudábamos de que fuera verdad tanta advertencia presidencial sobre el peligro en que estábamos nosotros y el resto del mundo ante las armas de destrucción masiva con las que amenazaba Sadam Husein. Los más porfiados entre quienes departíamos sobre el caso solían afirmar, con admirable credulidad, que Bush y su grupo debían saber cosas que nosotros no sabíamos, con lo cual descalificaban nuestro escepticismo.
Ahora sabemos que en realidad ellos sabían cosas que nosotros no sabíamos. Por ejemplo, había informes clasificados que ponían en clave de especulación lo que el asceta de la Casa Blanca nos daba como hechos cumplidos.
Curioso que Husein, si tenía tal arsenal letal, no lo hubiera usado cuando llegaron a liberar a su país. Tal vez ocurrió que el dictador iraquí no tenía las armas que Bush dice que tenía. El gobierno de Estados Unidos ha desplazado cientos de sabuesos científicos para encontrar los elementos de destrucción masiva, sin que esta nueva legión logre encontrarlos porque es difícil encontrar lo que en apariencia no existe.
Desde su púlpito infalible, el presidente de Estados Unidos nos ha dicho que la existencia del armamento mortífero ha sido comprobada por el hallazgo de dos tráileres que podrían haber servido para fabricarlo. Quienes encontraron los vehículos han dicho que no fueron utilizados para producir armas de destrucción masiva.
Pero el Presidente, en su hábito de restricción mental, habrá pensado:
[Para vosotros, burros, que tragáis entero] -Yo siempre he dicho la verdad sobre las armas de destrucción masiva.
Algún día nos dirán que han encontrado las dichosas armas y vamos a pensar que nos están diciendo mentiras.
Por el momento los políticos explican que, con armas o sin ellas, la guerra se justificó para salir de un tirano despiadado, fúnebre señor de cementerios anónimos colectivos, exterminador de su propia gente. La transparente Casa Blanca nos informa que a pesar de todo otros sátrapas podrán dormir tranquilos, no habrá guerra contra Siria, ni contra Irán, ni contra Corea del Norte, ni contra nadie. Quién sabe que saben ellos que nosotros no sabemos. Estemos tranquilos, seguro viviremos en paz.