Comedia de Equivocaciones

Comedia de Equivocaciones

Mi imagen del señor José María Aznar, presidente del gobierno de España, se derivaba en parte del juicio propio acerca de algunas actuaciones suyas, en parte de las encuestas de opinión cuyos resultados se publican en la prensa española, y en fin, de los editoriales y opiniones de los medios de publicidad; debo confesar que la mayoría de los que leo, veo u oigo son de oposición al régimen porque encuentro muy aburridos los de la postura oficial. Es evidente que dado el sesgo de mis lecturas y de mis pensamientos, la figura del jefe del gobierno español hubiera pasado de desfavorable en tiempos corrientes a intolerable en estos días en que a mi parecer, sirve de acólito a Bush y de predicador del exterminio.

Cuál sería la sorpresa al encontrar que las españolas y los españoles con quienes he hablado en estos días sobre temas de política y de guerra están lejos de reflejar la unanimidad despectiva y crítica de las encuestas y de los editoriales sobre el habitante de La Moncloa. Al contrario, he encontrado que la mayoría de mis amigos y conocidos son admiradores fervientes de quien se ha convertido en compadre de don George W. Bush, ese poderoso dueño del rancho de Crawford e inquilino de la Casa Blanca. El diminuto jefe de gobierno de España ha sido huésped privilegiado en el latifundio de Texas, en la mansión de la ciudad de Washington y en el refugio campestre de Camp David. Privilegio debido al apoyo incondicional del gobernante peninsular a la aventura guerrera del mariscal tejano. Un ferviente partidario de don José María se preguntaba, con deleite ¿A cuál presidente de España ha invitado a visitarlo en su rancho el presidente de Estados Unidos?

Otro partidario de la postura oficial del Reino (que no República como la llamó Jeb Bush enfrente del rey Juan Carlos) me advirtió que Aznar no es tonto, como parece, sino muy inteligente y astuto y dueño de un sentido claro de la ruta que su nación y él deben seguir para alcanzar la gloria a la que aspira para ella y para sí. En la crisis de Irak, su decisión ha sido fácil: colocarse del lado de los que van a ganar. Nada tendría España qué recibir si se alineara con los perdedores — Francia, Alemania, Rusia — en cambio, las posibilidades como parte del equipo ganador son inconmensurables. Ya lo dijo el señor presidente del gobierno, España deja de ser, bajo su mando, un país inútil (categoría nueva y lastimosa de países inédita hasta ahora en el vocabulario internacional aceptable) para convertirse en una potencia con capacidad decisoria. No lo ha dicho, pero de paso podría lanzarlo a la presidencia de la Unión Europea o, como lo ha sugerido algún periódico local, a la secretaría general de las Naciones Unidas.

Una amiga a quien se puede catalogar de intelectual, se refirió al asunto de las manifestaciones contrarias a la guerra y dijo, en el idioma oficial, que en contraste con el millón y medio de españoles que protestan hay los cuarenta y cuatro millones que se quedan en sus casas, a quienes el régimen supone partidarios de la guerra. Y concluyó con total convicción diciendo que en democracia no se puede gobernar con la calle.

Todo esto me ha convencido de que una democracia de puertas para adentro puede escoger sus amigos de manera que después de las escaramuzas de rigor, el país y el líder salgan premiados. Aznar mismo ha empezado a recolectar prebendas. Salir del banquillo para jugar con Bush y con Blair en Azores es más de lo que cualquier principiante puede esperar.

El presidente del gobierno, a quien llaman primer ministro en otras latitudes, sabe que España hace siglos perdió su imperio pero conservó su espíritu imperial. Lo que ahora propone parece ser la renuncia al espíritu imperial para participar en alguna porción del nuevo imperialismo global. Mejor, sueña, estar bien colocado en la inevitable globalización que oponerse con dignidad a los designios del emperador. Aznar es un nuevo converso a ese pragmatismo denigrante que se derrama del Washington de Bush y conquista adeptos entre los débiles del mundo.

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