El presidente Bush, de Estados Unidos, gobierna sobre la economía más avanzada y la maquinaria militar más poderosa. Pasó por colegios y universidades del mayor prestigio. Ha tenido una vida fácil, como niño rico, animador de equipos estudiantiles (cheerleader) miembro de las hermandades universitarias, empresario petrolero, hijo de presidente, dueño de equipo de béisbol, gobernador de Texas y primer mandatario de Estados Unidos.
El presidente Lula, de Brasil, ha empezado a gobernar un país de infinitas posibilidades, en donde hay 50 millones de pobres. Ha vivido la vida de su gente: nacido en la pobreza, de niño embetunó zapatos y fue mensajero en Sao Paulo. Apenas completó el ciclo de educación primaria. Surgió en los gremios y fue dirigente sindical, luchador contra las dictaduras militares de su patria. Cuatro veces candidato a la presidencia de la república, la alcanzó por fin, con amplia mayoría de votos, en 2002.
El señor Bush es dirigente del partido republicano. El señor Lula del partido de los trabajadores.
El grupo Bush hace anuncios espectaculares y adopta decisiones increíbles. Tiene en mente el bienestar de su país y para alcanzarlo persigue la paz azuzando al exterminio de sus enemigos, cuida de su base electoral a través de favores a las corporaciones y a los grandes contribuyentes. Se habla ahora de anunciar una nueva rebaja de impuestos, esta vez a los dividendos, alivio que los oligarcas recibimos con agrado mientras nos explican cuál será el efecto de ese “estímulo económico” para la gente de menores ingresos.
El presidente Lula dice y hace cosas simples, de puro sentido común. En su discurso inaugural dijo que su misión será cumplida si al final de su período presidencial todos los brasileños pueden desayunar, almorzar y comer cada día. Al segundo día de su mandato canceló una licitación para comprar 12 cazas para la Fuerza Aérea Brasileña posponiéndola al 2004 y asignó los 760 millones de dólares previstos para la compra de material bélico a proyectos sociales.
La visión del mundo del señor Bush y sus amigos se ha fraguado en los salones de las juntas directivas, en el vuelo de los jet privados, en los campos de golf, en las arcas plenas de contribuciones al partido de gobierno. Es el alma de la plutocracia.
El señor Lula mira las cosas desde otra perspectiva, piensa que es más urgente ayudar a los pobres que a los ricos, porque estos se ayudan solos y aquellos no tienen quien vele por ellos. Su caldo de cultivo ha sido la pobreza de los muy pobres y la vida a los arañazos de sus compañeros de sindicatos. Como es parte de la gente, tiene el espíritu de la democracia.
Al grupo Bush le queda tiempo para cosas complejas, para predicar las virtudes del mercado doméstico capitalista y la calidad redentora del libre comercio internacional. Su vocero comercial, que fue también su representante en la toma de posesión en Brasil el 1 de enero, había advertido a Lula que si Brasil no acepta la propuesta del área de libre comercio en las Américas (ALCA), sólo podrá exportar a la Antártida.
Lula encuentra tiempo para escuchar los consejos de sus buenos amigos del Norte y para contestarles. En su ya citado discurso, dijo que Brasil tendrá una postura firme en la negociación del ALCA.
Es evidente que Lula, el presidente de un país en gestación, comprende la importancia de los países industriales. Ojalá el grupo Bush comprenda que los países del Sur tienen también cierta importancia.