Democracia, Autocracia y Demagogia

Cuando Brasil eligió a Lula presidente, uno de esos mal llamados latinoamericanistas de Washington –que hacen su agosto de dar consejos no solicitados a los países de América en vías de aculturación—y uno de los más prominentes, dictaminó que la tarea principal del nuevo mandatario será evitar la creación de un eje Brasil-Cuba-Venezuela, porque daría lugar a la animadversión de Washington.

La razón para que no surja ese Eje Antipático, en complemento del Eje del Mal dibujado por el grupo Bush, no es dar gusto a los ocupantes de la Casa Blanca, sino la incompatibilidad ideológica y política entre Lula, dirigente democrático y el autócrata de Cuba o el demagogo de Caracas.

El diccionario de la Lengua Española define la democracia como “Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado.” El presidente electo de Brasil es un hombre del pueblo, veterano del quehacer sindical, que ha corrido el riesgo de enfrentarse a las dictaduras militares y después a la oligarquía de su país en las urnas en donde ha surgido victorioso tras tres intentos frustrados. Brasil dio testimonio de verdadera democracia al elegirlo y nadie duda de su devoción al sistema político por cuyos senderos ha superado todos los obstáculos y que lo ha ungido con el poder que él quiere usar para redimir su pueblo. Lula sería inconsecuente con sus convicciones y su trayectoria si se uniera a Fidel Castro o a Hugo Chávez.

Ni sus más obsecuentes partidarios alegarían con seriedad que Fidel Castro sea demócrata. Con independencia de sus logros notables en beneficio del pueblo cubano y de sus desafueros atroces contra amigos y enemigos, el Comandante es típico ejemplo del autócrata, definido en el diccionario como “Persona que ejerce por sí sola la autoridad suprema de un Estado.”

El ex coronel Hugo Chávez, autor de un golpe de estado fallido, electo más tarde a la presidencia de Venezuela con el apoyo de una amplia mayoría de sus conciudadanos, ejerce lo que la Real Academia define como demagogia: “Dominación tiránica de la plebe con aquiescencia de ésta.” En nuestro hemisferio ha prevalecido una noción muy superficial de la democracia, quizás para disfrazar la incapacidad o la falta de voluntad para practicarla. La elección popular basta y sobra para calificar de demócrata a quien la obtiene, olvidando que es apenas un requisito y que lo importante de verdad es que el presidente electo gobierne según las normas y principios democráticos. Las constituciones consagran procedimientos para destituir a los mandatarios que traicionen su mandato, casi nunca aplicados debido al mito de que la elección canoniza a quien la recibe.

Esta leyenda electoral ha protegido a Chávez, que ha aprovechado el triunfo comicial para su propio beneficio político, ha manipulado al poder legislativo y al judicial para inclinar el aparato legal hacia sus intereses, ha torcido las normas jurídicas para sacar adelante su agenda personal, ha promovido investigaciones apócrifas encabezadas por sus cómplices y en los últimos tiempos ha lanzado la fuerza pública contra una oposición desarmada y pacífica. Así, mientras ha transitado por los caminos de una demagogia tiránica, ha tenido la suerte de ser considerado por el resto del mundo como un presidente democrático.

Ha llegado el momento de que se le falte al respeto. No se puede seguir haciendo venias a quien ha empobrecido a su pueblo, cuya sangre ha sido derramada en su nombre en las calles de Caracas y ha amañado las leyes para su supervivencia en el poder. Hugo Chávez debe demostrar que es patriota y sacrificar su extraordinaria ambición al bienestar futuro de su país. Hasta Augusto Pinochet, el más despótico y despreciable de los tiranos de América del Sur, dejó el mando, en su caso robado, para obedecer la voluntad de sus compatriotas cuando lo repudiaron. Si Chávez no renuncia a su cargo será necesario buscar la manera institucional de removerlo de la presidencia, porque también hay qué tener en cuenta la necesidad de salvar en todo lo posible el andamiaje que permita establecer una democracia legítima en Venezuela. La tarea que afrontan los venezolanos es ardua: salir de la arbitrariedad del gobierno del coronel golpista al mismo tiempo que preservar las instituciones que garanticen la posibilidad de un esfuerzo solidario para rescatar la nación.

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