En América Latina pasan cosas raras

El Tiempo digital de Bogotá en su edición del 22 de noviembre de 2002, informó que las Comisiones Séptimas del senado y la cámara votaron para aprobar que “las horas extras que se pagan entre las 6 p.m. y las 10 p.m. dejarán de ser nocturnas para convertirse en diurnas.” O sea que, como parte de la reforma laboral colombiana, los legisladores en su infinita sabiduría quieren decretar que el día sea noche y la noche día. Este pequeño incidente parlamentario y la forma como el diario de mayor circulación en el país informó al respecto, sirvan de prefacio a otras cosas raras que pasan en América Latina.

El domingo 24 de noviembre pasado los ciudadanos de Ecuador eligieron al coronel Lucio Gutiérrez presidente de la república. La más reciente adición a la nómina de primeros mandatarios latinoamericanos tiene en común con algunos de sus antecesores una característica que debería haberlo descalificado porque en argot democrático es inaceptable: ser golpista. El nuevo coronel-presidente fue el líder de un golpe de estado, en este caso exitoso, para derrocar a un presidente electo en votaciones abiertas y libres, Jamil Mahuad. Presidió por unas horas una Junta de Gobierno. Fue remitido a la cárcel por el gobierno del vicepresidente a quien el congreso, en una maniobra constitucional, nombró presidente e indultado por este, a quien ahora sucederá.

Otro coronel-presidente, electo por el sufragio popular, Hugo Chávez, desgobierna en Venezuela al margen de las más elementales normas democráticas. Su hoja de vida exhibe también, como antecedente para escalar el poder, la conducción infructuosa de una rebelión fallida contra el entonces legítimo presidente de los venezolanos. Y ambos tuvieron colegas de reciente infamia antidemocrática en el general Hugo Bánzer, dictador de Bolivia y más tarde su presidente constitucional y en el general Efraín Ríos Montt, despótico autócrata de Guatemala, que luego se convirtió en jefe de un partido político mayoritario y presidente del senado de ese país.

Las nueve de la noche son parte del día como un coronel golpista es símbolo y paladín de la democracia. Que se la pague como si fuera diurna es tan absurdo como conferir a quienes han asaltado las instituciones democráticas el privilegio de presidirlas.

Las elecciones que han llevado a los antiguos insurrectos o dictadores a liderar los gobiernos de sus países se han desarrollado dentro de estrictos cánones de apertura y libertad de manera que ha persistido el mito de una América Latina democrática. En la última década del siglo XX, cuando se produjo el prodigio de la democratización de las naciones que formaban la antigua Unión Soviéticas, muchos compararon la evolución latinoamericana desde las dictaduras militares hacia gobiernos surgidos de la voluntad del pueblo como un acontecimiento de igual trascendencia y novedad que la apertura de Europa Central y del Este. Surgió así la ficción de un continente democrático –.con la sola excepción, cultivada con esmero por Washington– de Fidel Castro.

Es conveniente despertar del sueño democrático y superar el letargo en que procuran sobrevivir las normas esenciales de la convivencia social. Es posible que la democracia no sea la mejor forma de gobierno en América Latina. Si no lo es, sería deseable que alguien explique cual es la alternativa óptima. Si se persiste en querer vivir con el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, hace falta que se guarden los disfraces y que los verdaderos demócratas desenmascaren a los lobos con piel de oveja que hoy nos gobiernan. O aún a aquellos, con más credenciales civiles, que hacen de su investidura popular el escudo que les permite saltar por encima de la ley para imponer su capricho a los jueces y los parlamentos.

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