La imposibilidad de lograr que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobara con rapidez la resolución sobre Irak en los términos propuestos por Estados Unidos ha originado una reacción negativa en algunos sectores de la opinión pública, en medios de difusión y aún en funcionarios gubernamentales estadounidenses. Daría la impresión de que muchos piensan que la Organización mundial fue establecida para complacer al gobierno de Washington, cuando la verdad es todo lo contrario.
Como el nombre lo indica y el estatuto que la estructura lo dispone, se trata de una institución en donde las naciones del mundo trabajan juntas para promover la paz, la seguridad internacional, el bienestar económico y el libre ejercicio de los derechos humanos en los pueblos de la tierra. La igualdad jurídica de los Estados no se ha logrado aún. En la asamblea general todos los países que integran la organización actúan como iguales. En el consejo de seguridad, por el contrario, reflejando el entorno en el cual fue creado, los cinco países victoriosos en la Segunda Guerra Mundial tienen derecho de veto que les permite derrotar cualquier iniciativa si no cuenta con su apoyo.
La característica medular de las Naciones Unidas es ser instrumento apropiado para que ningún país pueda imponer su voluntad o sus caprichos a la comunidad de naciones. Con el tiempo se llegará a eliminar el veto, que desfigura su naturaleza democrática. Pero de momento, aún cuando no se ha alcanzado el ideal de que los Estados tengan igual capacidad de influencia en el proceso de decisión, hay al menos un sistema de vigilancia y control recíproco entre los gobiernos. Es así como Francia, Rusia y más tarde China, se han atravesado en el camino soberbio del grupo Bush y han impuesto la necesidad de negociar la forma como se afronte la emergencia de Irak, en lugar de aceptar el llamado de la metrópoli, como lo pretendía la Casa Blanca.
Dicen que la paciencia del capo del grupo Bush se está agotando. Debe haber sido traumático para el ranchero tejano encontrar de repente que Putin y Chirac no se sometían a sus designios, como los mandatarios de opereta de España e Italia o el fiel escudero de Londres. Se le hizo necesario abordar un camino desconocido, el del argumento racional y la convicción lógica, en lugar de seguir transitando por la fácil vía de las órdenes del centro de autoridad. De todas maneras, si acudió de buena fe a las Naciones Unidas o si lo hizo para encontrar el encubrimiento global a sus designios unilaterales, se metió en la boca del lobo. En lugar de la aprobación sin bemoles de su propuesta, se tuvo que poner a explicar lo que quería y a convencer a los escépticos.
El que no se haya logrado, después de varias semanas, una repuesta concertada a la situación de emergencia planteada por el gobierno de Estados Unidos, no es, ni mucho menos, un argumento válido de crítica a las Naciones Unidas. Las grandes guerras del último siglo se originaron en los intentos de naciones poderosas de imponer su voluntad en forma arbitraria al resto del mundo. Las Naciones Unidas se creó para evitar esas situaciones y el proceso de las últimas semanas ha sido en esencia una apuesta a la validez del consenso en contraposición al ejercicio ciego del poder.
Nunca se pensó que las Naciones Unidas debiera ser un sistema de represión de las opiniones ni de olvido de los intereses de ningún país. Se procuró, por el contrario, que sirviera como marco de negociación y transacción para defender los intereses de los pueblos, o sea la paz y el bienestar de la humanidad. Se formó un conjunto de naciones libres, unidas en la búsqueda de soluciones constructivas. Que no se la convierta en foro donde los grandes subyuguen a los pequeños.