Ante el anuncio de manifestaciones masivas de protesta para interferir con las reuniones anuales del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a fines de septiembre, la ciudad de Washington hizo preparativos espectaculares de seguridad policial. La realidad resultó esquiva para los presuntos asaltantes del orden y generosa con los guardianes de la heredad. Los protestantes fueron mucho menos que los esperados, las reuniones de la cúpula financiera no se interrumpieron, pero los policías metropolitanos, con refuerzos llegados de otras ciudades del país, se divirtieron en cantidades, protagonizando la detención arbitraria y colectiva de muchos activistas e idealistas.
Al mismo tiempo que algunos grupos protestaban las políticas de las instituciones financieras, de la organización mundial de comercio y del capitalismo en general, otros expresaron abierta oposición a la guerra con Irak, logrando movilizaciones mayores en Londres y en Roma que en Washington. En la capital de Estados Unidos los amantes de la paz, en todos los círculos sociales, siguen siendo pocos y tímidos.
Los medios de comunicación ortodoxos expresaron complacencia con lo que consideraron fracaso de los descontentos que no lograron convocar el número esperado ni boicotear las deliberaciones de los dispensadores globales de bienestar económico, ni mucho menos alterar el rumbo hacia la conquista de Bagdad. Hubo inclusive quien vaticinara el principio del fin para la incómoda ola de protestas que se ha convertido en cola del cometa de los encuentros de los grandes financistas en los últimos años.
Los inconformes son más optimistas. Persisten en su reacción contra quienes dilapidan, en su concepto, el patrimonio de la humanidad, degradan el medio ambiente, imponen por la fuerza su voluntad de dominio. Prometen que su resistencia seguirá a los poderosos por todos los confines de la tierra para reclamar los derechos de los pueblos. Lo único malo es que hasta ahora se desconocen sus propuestas de solución a los obvios conflictos que plantean ni han dicho cual es su receta para que los pueblos ejerzan sus derechos.
La actitud de los potentados es también confusa. Convencidos de ser intérpretes auténticos de las aspiraciones y necesidades de los ciudadanos del mundo, insisten en formular doctrinas inoperantes. Parece que el logro principal de la reciente reunión anual ha sido lanzar un procedimiento para facilitar la declaración de bancarrota de los países que ya están en quiebra.
En resumen, en este como en otros campos la humanidad marcha dividida por múltiples caminos paralelos de frustración y desengaño, pulsando cuerdas disonantes, sin ánimo de concordia o transacción. Y desde luego, sin asomos de solución.
La pelea es desigual. Los dueños del poder político y militar tienen el apoyo de casi todo el clan intelectual del Siglo XXI. Cuentan con un aparato judicial y policivo dispuesto a respaldar sus designios y a castigar a la oposición. Sus recursos económicos son muchas veces superiores a los de sus críticos. Obedecen a una doctrina que, quizás equivocada, es coherente. Lo único que han olvidado es lo que puede socavar su dominio: las ideas nunca se han aplastado a la fuerza y el disentimiento no se ha invalidado jamás con el desprecio. Ya debieran haberlo sabido antes de las redadas de la policía en la capital de Estados Unidos y lo habrán de reconocer después de la demostración de fuerza contra los manifestantes: así no se callan las protestas. En las semanas siguientes a las reuniones anuales del Banco y del Fondo ha habido grandes aglomeraciones contra la guerra con Irak en Milán, en París, en muchas ciudades y universidades de Estados Unidos, dos de ellas en presencia una del presidente y otra del vicepresidente del país.
Las ideas y argumentos, las propuestas y decisiones de los que tienen la sartén por el mango seguirán siendo fértil caldo de cultivo para las protestas de muchedumbres desilusionadas y testarudas, mucho más complejas y sofisticadas que las hordas de pícaros que según la interpretación simplista de los voceros oficiales exhiben su descontento irracional por las capitales del mundo. Es hora de darse cuenta de que no es realista dividir a la gente entre buenos y malos.