La Historia se escribe al revés

Un elemento clave en los argumentos que el gobierno de Estados Unidos ha blandido para la pretendida justificación de un ataque anticipado contra Irak ha sido la presunta fabricación y disponibilidad de armas biológicas con capacidad para causar efectos letales en el mundo. Al mismo tiempo que se presentaba al público estadounidense y a la comunidad internacional ese alegato, el señor Bush y sus compañeros de aventuras anunciaron que desistían de participar en el empeño de la comunidad internacional para incorporar instrumentos efectivos en la Convención de Armas Biológicas de 1972. Las negociaciones se habían interrumpido en espera de que a finales del año en curso Estados Unidos aportara, como lo había anunciado, nuevas ideas al debate. Ahora, sin que los otros 142 estados que han ratificado la convención importen un bledo, ha dicho que abandona en definitiva la mesa de diálogo. En resumen, las armas biológicas que tal vez tenga Sadam Husein son un atentado grave contra el género humano pero las iniciativas diplomáticas para erradicar ese flagelo no son dignas de atención.

¿Contradictorio? No, en absoluto. Típico de la manera como discute y actúa el sanedrín de Washington. En un escenario dramático, en el marco de la conmemoración del repudiable atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001, el presidente Bush soltó un discurso elocuente pidiendo a las Naciones Unidas que hiciera efectivas las numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad exigiendo acciones concretas por parte del dictador iraquí. Pareció indicar que, actuando de acuerdo con los cánones de la convivencia internacional, ponía en manos de la ONU la iniciativa del conflicto de Irak. En los días siguientes la Casa Blanca emitió sonidos menos multilaterales, acusando a la ONU de debilidad e ineficacia crónicas y sugiriendo al principio, declarando después, que la decisión correspondía al jefe de gobierno del Potomac. ¿Hipocresía? No, más bien lo que los españoles llaman mano izquierda.

Y olvido de temas fundamentales. A nadie se le ha ocurrido que las Naciones Unidas tengan capacidad propia de decisión. Las resoluciones de la ONU y su puesta en práctica son de competencia de los estados que conforman la organización. El más influyente de todos es Estados Unidos. La organización tiene recursos limitados, insuficientes para asegurar su efectividad. El gran deudor de cuotas atrasadas es también Estados Unidos.

Pero en todas partes se cuecen habas. En Colombia, por ejemplo, uno de los muchos objetivos laudables del gobierno actual consiste en restaurar la posibilidad de ejercer a plenitud los derechos civiles fundamentales. Quiere también restablecer la confianza. Para lograrlo ha decretado restricciones drásticas a la libertad personal y ha iniciado la organización de una fuerza de un millón de civiles encargados de espiar a sus compatriotas e informar a la fuerza pública. ¿El fin justifica los medios? No, sólo que las circunstancias no permiten ser coherentes.

No sabemos cómo nos juzgará la historia, porque depende de quién la escriba y quién la lea. Puede escribirse al derecho o al revés, leerse en prosa o en verso. Tal vez cuente que pertenecemos a una generación heroica que libró una lucha denodada contra un hombre maligno del oriente próximo. O tal vez recuerde que nos dejamos embaucar por un líder mediocre que inventó guerras por querer llenarse de gloria. Siglos adelante aprenderán que en un pequeño país sudamericano surgió un caudillo que puso orden a la brava. O tal vez se darán cuenta que casi todos los colombianos eran pacíficos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

sixteen − 2 =