PARÁBOLA DEL ESPEJO Y DE LA IMAGEN

La edición del 30 de julio del periódico insignia de la capital del reino, The Washington Post, trajo en primera página una noticia a la vez trágica y cómica. Resulta que la Casa Blanca, consciente del escozor presidencial causado por la mala imagen de Estados Unidos, ha decidido crear una Oficina de Comunicaciones Globales ubicada en la mansión presidencial y dirigida por un Consejero Especial del Presidente. Dotada de cuantiosos recursos humanos y de otra índole, su misión será coordinar la política internacional y, según un funcionario citado en el periódico de marras, supervisar la imagen de “América” en el mundo.

Cuenta la crónica en referencia que la decisión del presidente Bush de lanzar la nueva oficina obedece al malestar que sus asesores sufren con motivo de la poca simpatía que su política despierta en el resto del mundo y responde a sugerencias como las de un señor Hyde, congresista republicano bien conocido por su participación ruidosa en el fallido intento de destituir al presidente Clinton, quien no entiende cómo el país que inventó a Hollywood no logra encontrar la tecnología apropiada para revertir su imagen entre las naciones de la tierra.

Este nuevo engendro del gobierno de Estados Unidos, tan en línea con su concepción de la nación y de la comunidad mundial como grandes conglomerados empresariales, es de verdad el mundo al revés, el gato imitando las tácticas del ratón. Los gobiernos colombianos han dilapidado ingentes sumas para contratar oficinas estadounidenses de relaciones públicas dizque para mejorar la imagen de Colombia en el exterior. Parece que a ningún funcionario público de alto escalafón se le haya ocurrido pensar que la mejor manera de mejorar la imagen es mejorar la realidad. Ahora Washington adopta la misma estrategia, inspirada en los empeños de las grandes empresas de relaciones públicas de Nueva York y emprende una llamada “diplomacia pública” para convencer a la humanidad entera de las bondades de “América”.

Lo primero que se debería hacer para despertar simpatía más allá de las fronteras es devolver América a los americanos, que somos todos los habitantes del hemisferio y no sólo aquellos que se han apoderado del nombre del continente para identificar a su patria. Claro que esto sería apenas una cuestión de imagen y como tal, insuficiente. Hay mucho camino por recorrer para que el mundo admire la democracia estadounidense, cuyo respeto por los derechos individuales está también en peligro por las arbitrariedades del gobierno actual. Aún olvidando todos los casos de brusca intervención en el pasado o las más sutiles del presente, que no han contribuido a encariñar a las víctimas con los agresores, hay políticas y actitudes recientes que parecieran diseñadas para provocar la antipatía del resto del mundo. No todas ellas pero sí varias e importantes, ejecutadas por el gobierno del señor Bush. Para citar algunos ejemplos, la negativa a firmar el tratado que prohíbe el uso de minas antipersonales; la decisión de “desfirmar” el estatuto de creación de la Corte Penal Internacional; el rechazo de las medidas adoptadas en Kioto para defender el medio ambiente; las condiciones impuestas para participar en la erradicación de la tortura; el recorte de los aportes a los programas de población de las Naciones Unidas; los asaltos al libre comercio.

Se escapa a la curiosa profesión de los creadores de imagen la noción elemental de la necesidad de cambiar lo que se va a reflejar, como si una persona que encuentra su cara muy fea pudiera resolver el problema quebrando el espejo en que se mira.

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